jueves, 7 de septiembre de 2017

Meditación sobre el cambio continuo


Nunca se vive igual y nunca se actúa igual.
 
Todo es móvil y resulta movible sin necesidad de tocarlo. Se mueve solo como el motor principal que origina el movimiento de las altas esferas.

Todo cambia y se genera o regenera nuevamente, y aunque aparece  estrenarse es tan viejo como la eternidad.

Todo se va al garete y vuelve distinto, como si fuera un desconocido.

Vivir para ver mutar el mundo y sentirse mutar a uno mismo y a los demás.

Cambian las cosas, cambian los vegetales y cambian los animales racionales e irracionales.

Pero cambiar no es mejorar porque sí, sino normalmente –y parece contradictorio- degenerar.

Se cambia de cabeza, de pelos, de brazos, de piernas, de pies y de corazón.

Cambian los amores y los humores, las amistades y los odios, las costumbres y los caminos que a ellas nos conducen y llevan en volandas.

Cambia la gente en general y cambia cada uno en particular.

En el cambio continuo reside la perpetuación de las especies.

Cambian las relaciones, las emociones, las devociones y las reiteradas revoluciones.

Cambia el clima, cambia el ambiente y cambian las circunstancias, los colores y los calores y los fríos.

Un día no es igual a otro ninguno, ni siquiera parecido.

Ni uno mismo es hoy el que fue ayer o hace un minuto.

La sucesión se sucede a sí misma y es perpetua solo ella.

Cambia la piel y cambia la sustancia. Cambian los músculos, los nervios y los huesos.

Cambian los pensamientos, que vuelan a la deriva de las situaciones inesperadas.

La donna e móvile y el varón también, como son móviles los vientos, los ciclones y las tempestades.

Cambian los ríos y cambian los mares y mareas.

Cambian las penas y las alegrías y cambian las canciones que las cantan y los versos que las versan.

Las estancias de hogaño no son nunca las de antaño, ni las músicas de ahora son las de antes, a pesar de que sigan siendo músicas.

Todo para el cambio, para que luego el cambio quede para nada.

La nada sí que es resistente y persistente siendo lo que es: nada.

Todo es nada, dijeron los poetas que en el mundo han sido y ya no son. 

Ellos tampoco. O sí, continúan siendo la nada en que nacieron y murieron.

Incluso el cielo no es azul como parece (hermanos Argensola) ni lo es el Danubio en el que yo navegué con un vino en la mano en Rumanía.

Mía, mía no es ni mi vida, que me la prestaron por un tiempo fatalmente determinado.

Hasta los dioses creadores cambian, y algunos rejuvenecen. ¡Milagro en estos días irritantemente laicos!

No nos vamos a bañar en el mismo río (Heráclito) ni seremos el mismo cuando nos volvamos a bañar en sus aguas, ya distintas a las originales o primigenias.

91 8470225

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