viernes, 3 de febrero de 2017

Triper el poeta




Con la venia, Presidente.
Compañeros de mesa.
Señoras y señores

Estamos hoy ante un poeta con toda la barba. Lo que se dice un vate, palabra que le sería más apropiada, ya que los sinónimos no son precisamente exactos, no significan lo mismo, que sería una redundancia o autonomasia, sino que conllevan matices aumentativos o diminutivos, según y cómo. Por cierto, vate es aumentativo de poeta, aunque no sea más que por su antigüedad frondosa y clásica. Y de ahí, además, la barba. Una barba evangélica, a lo Wat Whitman o a lo
Yo le conocí el primero, a sus 19 años, cuando no era más que un postulante periodista matriculado en la Complutense.
Luego heredó mi dirección de Recoprés, la primera agencia de prensa autonómica fundada por el inolvidable amigo Carlos Ramos Aspiroz.
De ahí viene nuestro reencuentro constante, en el periodismo y en la poesía.
José María hace uso indiviso del apellido-seudónimo Triper en uno y otra, en periodismo y poesía, pero yo sé muy bien por qué lo escribe apocopado.
Un día vino a verme a mi librería García Lorca de Alcobendas y ahí nació su primer libro de poemas: “Canciones para un recuerdo”, donde ya prevalecía  su exquisita sensibilidad y su sentido estimativo del tiempo.
Después caminó solo y se fortaleció porque el chaval prometía mucho, un mucho que no nos ha defraudado a nadie porque su reconocimiento es notorio: Premios  internacionales de Literatura: Sial, Bécquer y Zorrilla del 2014 al 2016. En esto el editor lleva su parte, y Basilio Rodríguez Cañada debe estar contento y agradecido.
Triper parece ambulante y despistado, pero de despistado, nada, y de ambulante menos. En todo caso, deambulante, vagamundo,  con los ojos y la pluma abiertos y considerativos frente a lo que pasa o no pasa a su alrededor, escribiéndolo, describiéndolo, como si le arañara y urgiera una manía persecutoria, ejecutoria,  que lleva dentro.
El siempre anda por la acera de al lado en busca de sí mismo, sin pose de ególatra pero con toda la ardorosa juventud guerrera que levanta y catapulta en su espigada figura. Una figura que suele inclinar obsequioso ante el contertulio o dialogante de paso. Y ante la autoridad competente, por supuesto.
El periodismo es, sin duda, la profesión que más le ocupa y preocupa, pero la poesía la lleva asida a las entrañas más íntimas, en las entretelas del corazón. Sin ella no sabe ni puede vivir, pues convive con ella, aunque su poesía sea un continuo lamento de su pensar y sentir silencioso.
Pero como el periodismo está volcado en la realidad cotidiana exterior, él se encierra en las noches consigo mismo y busca una salida entre la niebla del pensamiento para no ahogarse en el mar de la melancolía y los recuerdos, algunos de ellos, sino todos, sí sentidos, verídicamente, pero también inventados.
Teatro, teatro total, que dice que es lo que hace o monta, monologando en silencio. Teatro, o sea, farsa, invento, realidad exacerbada, trascendida, comunión con un público fantasmal, expectante y receptante.
El periodismo le da pie y base, fundamento, para exprimir la vida suya y la de los demás, como un limón levemente agrio, él poniéndose de ejemplo sustantivo y pasivo.
Porque, por encima de todo, es un sentimental. Un sentimental que piensa con el corazón, lo que ya no se lleva.
Yo creo que es el último poeta romántico de verdad, de aquellos que se pasaban toda la vida en vela esperando no sé qué, o sí lo sé, una excreción del espíritu. Triper es todo y solo espíritu angelino sobrevolando por encima de la rúa y de los acontecimientos políticos, económicos y sociales. Como Bécquer, como Espronceda, como Zorrilla, como Campoamor, Como Valle Inclán…  o el paseante solitario Antonio Machado.  Y es que esos y otros poetas también escribieron en los periódicos de papel porque eran unos pajaritos que necesitaban volar en la mente de los lectores mayoritarios y no sólo los escuchadores.
Y en medio de esa raya que divide, pero que traspasa cotidianamente, con temor y temblor, como andando sobre la nieve, del periodismo a la poesía y de la poesía al periodismo, se yergue tímido y asombrado en prosas y versos.
Es, simplemente, un hombre herido (con tres heridas vengo: la del amor, la de la muerte, la de la vida… Así dice el poema lorquiano o hernandiano, no sé).
Triper envuelve sus versos en un celofán de sentimentalismo propio de otras épocas, ya dije, pero así le está diciendo a su público, a sus lectores, a sí mismo, que así es como se debe vivir, aunque ahora no se lleve y aunque se condene al ostracismo a los sentimentales, por inútiles, por ineficaces. ¿Hay algo más inservible que la Poesía? El 99, 99 por ciento de la Humanidad vive tan pancho sin ella, y eso que es una amante pegajosa. Hay que ser duro como Trump, como Le Pen, como Pedrito Sánchez… Duro y tozudo, piensan.  Pero no; de esa forma no vamos bien, si no por un camino tortuoso, lleno de piedras de escándalo, escándalos. Están a la vista y ante los jueces de cargo.
Al contrario que todo esto –el corazón de bronce del mundo-, la poesía de Triper es tímida y transparente, quebradiza y resbaladiza, casi suplicante. Lo anuncia en el título: “Luz de gas”, luz suave, que se expande veladamente, media luz, propicia a las confidencias; algunas de sus letras o composiciones son muy aptas y propias para una música de tango de arrabal, que alguien preparado debería proponerse subir al pentagrama.
Siempre una amada innombrada detrás, o de frente, mejor, y sin ropaje retórico, puramente limpia, apasionada, sí, pero también templada.
Su poesía está compuesta con la dulzura con que se descorren los visillos de las ventanas, como temiendo excederse, como temiendo molestar, con una ternura profunda que se aleja de lo sensual, de lo exterior. Siempre va al meollo, a lo que quiere expresar con las menos palabras posibles, sintetizando y marcando distancias insuperables con el objeto o persona poetizados. Ya lo dije: No deja nunca de estar en sí mismo. Es posesivo, pero de sí, no del otro o la otra.
Si fuera pintor haría unos cuadros delicuescentes, suavemente velados, como para imaginarlos más que para venderlos, verlos o tocarlos. Así es él. Con un respeto imponente a todo lo que se mueve o se queda quieto, sin levantar la voz, sin hacerse notar, como un Francisco de Asís en la selva de las flores y la selva de los animales, amorosamente sencillo.
Expuse antes que no es sensual, carnal… Mentí. Quería decir sucio, manchado. Porque sí que expresa asimismo “deseos venenosos” o bajada  lenta de medias de cristal.
Se expresa con una ingenuidad adorable, de manera que dan ganas de abrazarle después, como harán sin duda muchas mujeres que le lean o le oigan. Quisiera conocer a algunas yo, pero sé que es discreto, el héroe discreto, el caballero discreto, provenzal, segoviano,…
Noto también en sus suspiros amorosos un cierto aire medieval que podría ir acompañado de un instrumento de esos que atesora el segoviano universal Ismael, algo así como de jarchas o de versos de Juan del Enzina o Gutierre de Cetina: “ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, miradme al menos”
Usa por eso, quizás, preferentemente el verso corto como el del romance hepta u octosilábico y la breve y cantarina sextilla. Ved: “Mi vida es sólo sombras/ y ecos de silencio/ sombras sin aliento/ sombras de recuerdos” mis amores muertos/ mis sueños despierto/ delirio inconexo/ de entrega y deseo…”
En pocos poetas como en él se dan juntamente vida y poesía, arte y delicadeza, verdad y belleza (Platón). La poesía ha encarnado hasta en su cuerpo, elegante aunque un poco desgarbado, porque no le da importancia a eso.
Diría, con la apreciación precisa y preciosa de Juan Ramón Joménez en la Anunciación del ángel a María, que es “un trasunto de cristal, bello esmalte de ataujía” y “No le toques ya más”, que así es la rosa”… De ahí sus poemas cortos, pero no insuficientes. 

Resultan como almendras en la boca y ya sabéis que la almendra es la sustancia concentrada, y además dulce, como adelantábamos más arriba.
Noche, día, amanecer, ocaso, espera, desespera,  muerte, vida, recuerdo, olvido, soledad, silencio… son los vocablos que más repite con insistencia obsesiva. Poeta, pues, del tiempo, del suyo y el nuestro, existencialismo total, en definición exacta de su prologuista-analista Jesús Fonseca.
He de terminar porque me acompañan en la mesa presidencial otros toros bravos que quieren salir A LA PALESTRA, al ruedo coloquial, y embestir con la palabra prometida.
Síntesis: A vuestra disposición… un poeta con toda la barba: José María Triper.

91 8470225
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