miércoles, 28 de diciembre de 2016

Estación términi



Ya voy llegando poco a poco al término final.
La vida tiene un precio y lo pagué,
aunque bien me gustaría que volviera a comenzar,
no por nada en concreto
sino por alargar el regaliz de la vejez audaz.
En el camino se quedaron
dolores, ilusiones… y algún golpe mortal
con el que el corazón
se me negaba a andar.
Le di cuerda otra vez
y oí tic, tac, tic, tac…
Aún no era la hora de caer
en las redes del mar universal
que es el morir,
y eché la vista atrás
como un observador
a un ritmo cadencial:
las clases, los estudios, los maestros,
los gozos, los trabajos y ejercicios de buena voluntad,
las limpias amistades,
el estrago carnal,
las gremiales tertulias,
el afán de montar
el teatro de niños
que implicaba mi afán…
y así, mil quisicosas
que estaban por contar.
Entre bautizos, bodas
de arroz albal,
conciertos, recitales
y viajes a la mar,
me holgué, reí y lloré
hasta la saciedad.
Ríos atravesé
con el agua en la boca de tanto bracear,
montañas ascendí pie a pie hasta la cumbre
por sentirme capaz
andando a bien conmigo
sin hostigar a los demás.
Toqué campanas
como hijo de sacristán
y asistí a misas
diarias sin parar
hasta que al fin la fe
se me rompió como un cristal,
siempre amando y cantando,
siempre con la señal
de la Cruz en la frente y en el pecho
por no ser menos en la verde edad
que los que sí gozaban
de piedad y sentido espiritual.
Solo hice lo que quise
en cualquiera ocasión y lugar,
pero a nadie negué
un pan con sal,
un abrazo, un cuaderno, una rosa,
una pluma, un whassapp.
Eché una mano al bien
y me aparté del mal.
Contradictorio fui
¿y cómo no, si la mente es dual
y uno no puede sujetarla
porque no es capataz
de nada ni de nadie
en la vida real?
Las mujeres, Dios mío,
en cierta/incierta edad,
no me supieron comprender,
ni asumir, ni tratar,
pero acaso por eso me libré de enredarme
en su cuerpo frutal,
¡oh cabellos poéticos de oro:
Dante, Petrarca, Garcilaso, Boscán!
¿Qué hacer por tanto ahora,
en la hora fatal?
¿Colgarme de su cuello
u olvidar, olvidar?
¿Quién me dará su olvido,
quién me suplantará?
¿Dónde ese abrazo último?
Cuándo ese enlace unibucal?
¿Cómo volver a ser
el que no fui jamás?
¿Y por qué y para qué
trasformar la verdad?
Mejor seguir callado,
mejor no preguntar.
Aquel curso en Varsovia
de profesor en su Universidad
leyendo a Lorca por el Vístula
con Agñusca, Kapuscinski, Malgorzata, Pasternack…
¿quién me lo trae a la memoria,
quién me lo quiere refrescar?
Cantábamos, llovía y nos amábamos,
los abedules susurraban sin cesar
y un vino tinto húngaro
se escurría delicioso al paladar
en tanto resonaba
el eco del primer retsina dulce y patriarcal
de las islas helenas
en su constante marear.
Son humanos los besos.
Es divino el azar.
Allí en Varsovia,
los groselleros a reventar.
Allí el vodka rodando
de copa en copa de cristal.
Allí las flores mínimas, humildes,
de mano en mano de las chicas deseosas de agradar.
Era todo lucirse
con las rosas de Ronsard.
Era todo correr por praderas boscosas.
Era todo soñar.
Era todo morirse de dulzura.
Era todo indagar, indagar, indagar.
Viví más en dos meses
que en cuatrocientos años más.
Las hojas verdes, secas,
volaron ya.
Desnudo el árbol
como el hombre está.
Las nieves del invierno
de la tercera edad
me derrotan los pies,
y tropezar
es lo que sé,
lo que mejor me va.
Estación Términi a la vista,
cruce fatal,
dadme las gafas
de aquí y de Allá.
Luz, luz, más luz,
¡Ah, ah, ah, ah!
Se borra el horizonte de la tierra,
comienza el mar;
sin duda existe
otra distinta realidad.
La barca de Caronte
quiere presto zarpar.
Los tristes, los cansados,
los desesperanzados sin hogar…,
traed el óbolo debido
no vaya a naufragar
y que otros lleven
las flores funerarias a nuestra sima sepulcral.
El sueño nos invade.
Habrá que despertar
por un momento al menos,
el momento final.
Adiós, playas, favonios…
Adiós, adiós. Callad, callad.

91 8470225

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