jueves, 1 de octubre de 2015

A Luis Alberto de Cuenca, con el laurel en la frente

Érase una vez
un poeta claro
al que los elogios
le traían al pairo.
Con crear su obra
ya estaba bastado,
un día tras otro
en la diana dando.
Culto cual ninguno
de sus coetáneos,
pasaba las noches
rima o no rimando,
pero enardecido
junto al folio en blanco,
pensando en Catulo,
Plutarco y Calímaco,
a ver si bajaban
sus musas volando
desde el Helicón
o el Monte Parnaso
a su mente lúcida
como por ensalmo.
Y sí que bajaban
y con ellas Safo
desde Lesbos, dama
del Mediterráneo
a la que adoraba
e imitaba al caso.
Y es que tales lúminas
 le daban el cambio
a Tintín, Milú
y los cómics básicos,
los textos artúricos,
los temas románticos
y las sagas nórdicas…,
previos como ensayos,
que le encandilaban
con el sueño al raso.
Llegaba también
con sus dardos Lázaro,
dardos de palabras
cazadas a lazo.
Gran lazo era él
allá entre los clásicos
y entre los modernos
con ambos a mano
sobre el escritorio
de libros colmado.
Se llamabas Luis
Alberto Concabo,
es decir De Cuenca,
el por mí muy amado.
Y mostraba gracia
y lucía un ramo
de laurel florido
en su imaginario.
¡Oh, señor, qué hombre!
¡Oh, señor, qué cráneo
tan abastecido,
tan privilegiado!
Pues la vida es breve,
gócenlo a diario,
ya que nos la enseña
en verso-veranos,
que van de uno a otro
y de labio a labio
con la gloria asunta,
dicho sea de paso.
¡Premio Nacional,
qué menos, paisano!
Con Quevedo y Lope
lo llevo arrimado,
y con Espronceda
y con no sé cuántos
poetas que han sido
un rayo, un milagro.

a.sotopa@hotmail.com
918470225


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