miércoles, 10 de diciembre de 2014

La importancia de los profesores

Mi viejo profesor de Filosofía en la Universidad de La Laguna (Tenerife), se llama Emilio Lledó. Y lo fue en los ensayistas y creadores años del 63 al 68 del siglo pasado, el XX áureo. Tiempo ha corrido, pero mi admiración por él y por sus enseñanzas es permante y saludable; sigue tan viva como el primer día que fui a sus clases magistrales. Dominaba –y domina, cómo no- la Oratoria, la Retórica y la Poética, disciplinas que también se estudiaban antes, aunque habían sido entretenimientos lúdicos y literarios de los griegos y los romanos. O quizá por eso. ¡Qué antiguos! Hoy no se lleva tal copla. Los que empezaron como “penenes” en los campus de la Autónoma y la Complutense, los que adoctrinan ahora a sus presuntos educandos, que están más en la calle que en el aula, apenas si teclean en el twiter y en el facebook y en instagram unas pocas líneas con faltas de ortografía. ¡Si al menos supieran resumir y concretar, de verdad, los pensamientos de la asignatura que se supone que dominan! Pero estos gallos cantan en otro corral: en el de la política de Podemos, que no es precisamente el Ágora de Atenas, donde se exponían Sócrates, Platón, Aristóteles y cien prohombres más.

Bien, a mi maestro y pedagogo Emilio Lledó le han otorgado, en solo este curso, cuatro premios de primera fila y dotación económica, y ya no sabe dónde archivar tanto diploma, tanta distinción, tanta placa…como ha recibido a lo largo de su profesional vocación filosófica, con  84 granados años entregados a la causa de hacer reflexionar al “homo ibérico” en tomo y lomo. Pocos catedráticos nos quedan como él, con la cabeza despierta y la atención en la mano; a lo sumo, el salmántico y venerable tureganense Francisco Rodríguez Adrados, ese sabio total que me dio a conocer a mi tocayo clásico Lucio Apuleyo, autor de Las metamorfosis o El asno de oro.

Volviendo al académico Emilio Lledó, le recuerdo en su cátedra tinerfeña, de pie o sentado, haciéndonos exámenes orales a Juan Cruz –su devoto acérrimo-, a Juancho Armas Marcelo, a Fernando G. Delgado y al que esto firma, aquellos muchachos del 68 francés (y español) que luego hemos dado bastante que hablar y escribir. Él nos inyectó la semilla de la palabra y el amor a la Filosofía y la Pedagogía en un claustro en el que todo era libertad y responsabilidad a su modo, o sea, al modo orteguiano-kantiano, pues como Ortega y Gasset, él mismo se había formado en Alemania y pensaba con una rectitud y bondad insobornables. Como hasta ahora, ya que su lucidez en libros y conferencias es proverbial.

Si la cortesía del filósofo es la claridad, él la ejerce con sumo cuidado, de modo que sus acertadas reflexiones nunca caen en tierra baldía.

Os pido, queridos lectores míos, que, si os apetece el tema, os aproximéis estos días navideños a alguna librería segoviana para adquirir sus libros. No saldréis defraudados. Todavía hay profesores que saben enseñar.


a.sotopa@hotmail.com
91 847 02 25

No hay comentarios:

Publicar un comentario