lunes, 7 de abril de 2014

Publicidad hasta en la sopa, la ropa y el vestido

¿Hasta dónde esta carrera desenfrenada, entintada, digitalizada y audiovisualizada de excitar el apetito de adquisición de cosas y más cosas por la sedicente subsumida población en crisis? ¿Qué población? ¿Qué crisis? Leer la prensa, oir la radio, ver la televisión. Están sembrados de anuncios que cuestan un huevo. No me aclaro. No me lo aclara nadie. Ya, son los ricos los que se exhiben en su grandeza. Y los pobres los que aumentan su riqueza, la de ellos, claro. A otro perro con ese hueso. Cuando tanto se anuncia, es que tanto se compra. ¿Y por qué se tira a la basura apenas recién estrenado o –válgame Dios- sin estrenar o consumir? Ni el sabio Salomón lo entendería. Que vuelva y lo vea. ¿Nos engañan o nos engañamos a nosotros mismos? Porque si las grandes firmas que criticamos a destajo siguen publicitándose es que venden y sacan ciento por uno del valor de lo que ofrecen. O el porcentaje que sea, pero siempre superior al invertido. ¿O no? Tontos ellos no son, quizá los únicos tontos somos nosotros, todos los demás. Tenemos derecho a quejarnos, pero más derecho a no hacerles ni caso. ¿Y qué? Pasivos, bobos, adquirientes sin freno y sin beneficio. Perdonad, yo no quiero ser de este mundo capitalista, pero tampoco del comunista devorador y rompepelotas. Que alguien, si es listo, me dé la solución. O la absolución.


a.sotopa@hotmail.com

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