lunes, 21 de abril de 2014

Literatura o vida



Literatura o vida. Esa es la cuestión que os propongo. ¿Hay

que escoger una frente a la otra? ¿Y cuál de las dos? ¿Cuál es

la primordial y fundamental, a la hora de sentirse íntimamente

realizado? Dubitaria es la respuesta. Trataré de aclararme y

aclararos lo que juzgo positivo.

Esta disertación leída el Domingo de Ramos en el V Seminario

Internacional “Silos14”, en el que participamos unos cincuenta

escritores, no cumple los requisitos de una ponencia en forma y

documentación adecuadas, no es un estudio sesudo y crítico que

haya que tener en cuenta del todo sino en parte, no es una doctrina

dogmática obligatoria de creer…Pero puede ayudar a comprender

el misterio de la creación literaria.

Se trata más bien de una plática un poco retórica, de una

divagación de primavera al estilo socrático, de un cuento

bocachiano sin aliciente erótico, de una panoplia de sugerencias.

En este ancho espacio de debate, lo relativo resulta esencial.

En la literatura como en la vida… el terreno es resbaladizo, se

pasa de un lado a otro en un pispás, se integra o se desintegra, se

junta o se separa, te pegas trompicones y topetazos…estás casi

siempre en el borde, en el filo, en la inopia y en el no sé sabe qué,

balbuceando...

Lo que lanzo, pues, a la consideración sosegada de la mente es

un borbotón de sensaciones y emociones, un montón de trigo

de posibilidades, anécdotas y vivencias, una especie de carta de

navegación en el piélago de la existencia del autor…,y no nada

reglado por un pensamiento cartesiano, del que, lamentablemente,

carezco, no me cabe en la cabeza, por mi educación sentimental a

lo Flaubert.

Literatura o Vida, con mayúsculas ambas, me obsesionan desde

la adolescencia granadina en que me sentí poeta por primera vez,

con catorce años en el cuarto curso del Bachillerato Elemental de

entonces, que se cerraba con una reválida de armas intelectuales

bien aferradas/amarradas en la memoria.

Poeta es mucho decir; versificador y basta. Yo era ya más pasivo

que activo, más interior que exterior; me gustaban los juegos

de la inteligencia y las honduras pasionales del corazón, más

que el driblar el balón con los pies o encestarlo en la canasta

con las manos. Y gimnasia, la mínima. El plinto y el caballo me

quedaban a la altura de los testículos y era francamente temible

y doloroso saltarlos o más bien asaltarlos. No lo conseguí nunca

en mi internado estudioso de La Salle, congregación de frailes

dedicados exclusivamente a la enseñanza, los mismos que en el

Quito peruano adoctrinaron en las primeras letras y caligrafías al

posterior Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. (Volveré a citarlo,

sin duda)

Salía yo siempre a los recreos y a los paseos de fin de semana

–el asueto caía en jueves- con una libreta en el bolsillo de los

pantalones bombachos. Había que redactar, concentrar, tomar

nota, recordar… los vericuetos del camino y los aconteceres de

la estancia festiva ¡Con qué mimo y dedicación me fabricaba

autónomamente esos artefactitos prodigiosos que yo llamaba

libritos de uso particular! Partía las cuartillas en cuatro trocitos

apaisados más y apretujaba el montón con un par de grapas

o una alambre corrediza. Y recogía palabras nuevas en ese

minidiccionario y con ellas componía versos, aforimos, refranes y

proverbios.

Hoy mismo soy más de despacho que de calle, más de libros que

de deportes, más estático que dinámico, soy hombre de mesa

y pluma, aunque frecuento los viajes rurales, no urbanitas, por

montes, ríos, valles, llanuras y páramos. Amo el andar de pasada,

pero suscribiendo lo que advierto en el sendero y conversando

con cualquier tipo de gente, ancianos en especial. Para aprender,

no dejar de aprender en ningún momento. No soy un hombre de

acción ( a lo Baroja) sino de pasión ( a lo Rubén Darío). Romero

solo (a lo León Felipe). ¿Novelista? No. Aunque llevo el espejo, y la

grabadora, y la máquina de fotos. Ensayista o articulista me definiría

mejor. Y poético, lírico, literario, eso sí. Verdad y belleza en armonía

conjunta.

Un día en mi vida, que no es la de Iván Ilich, podría resumirse así :

Los días ordinarios me prometo

Seguir desde el levante de la aurora

Un programa, una ruta, y hora a hora

Con disciplina a ellos me someto.

Los días ordinarios soy discreto:

Tomo un par de cafés con la señora,

Pongo al tiento la mano escribidora

Y en la pantalla de internet me meto.

A mediodía paro y, brilladora,

Una copa de whisky me receto

Con el bien parecer de la doctora.

Vuelvo al tajo, corrijo el mamotreto,

Como, leo, paseo entre la flora

Y así se me va el día en un soneto.

Literatura o vida, repito. Pero ¿por qué tengo que elegir? Elijo

el binomio completo el sintagma total, sin contradicción en los

términos. ¿Amar a una y preterir a otra?, ¿quedarme con la mitad

y no asumir la totalidad? De ninguna manera. Como Teresita de

Lixieux, yo no me conformo con una parte solo. Recordad. Cuando

le dieron a escoger a la santa francesita entre una muñeca u otra,

escogió el paquete entero: yo también lo quiero todo: la literatura y

la vida, juntas, inseparables, subsumidas. Si no escribo, no vivo, ya

lo manifestó por mí Lope de Vega (Volveré a él, por supuesto).

Transcribo con parsimonia uno de sus reveladores sonetos, tomado

de mi “Lope para niños (Ediciones de la Torre, colección Alba y

Mayo, 1986):

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

Partir sin alma, e ir con alma ajena,

Oir la dulce voz de una sirena

Y no poder del árbol desasirse.

Arder como la vela y consumirse

Haciendo torres sobre tierna arena;

Caer de un cielo, y ser Demonio en pena,

Y de serlo jamás arrepentirse;

Hablar entre las mudas soledades,

Pedir prestada, sobre fe, paciencia,

Y lo que es temporal llamar eterno;

Crear sospechas y negar verdades

Es lo que llaman en el mundo ausencia,

Fue en el alma y en la vida infierno.

El campo hasta el final del horizonte, que se amplía y aleja al andar

en vez de acercarse, unido al campo infinito del folio en blanco o

la pantalla cristalina universal del internet…son mis querencias

favoritas, unidas umbilicalmente.

¡Dichoso soy y somos los que vivimos en la esfera multiexpresiva,

multirreligiosa y multirracial de la época presente! También se

amplía cada día más.

Viajar estira la mirada tanto como los puntos suspensivos en un

renglón como una flecha a la deriva, y al quedarse uno quieto

parado surge la reflexión, germinan los pensamientos y los

sentimientos.

Unos afirman: literatura es vida, como yo en este caso; otros

remachan: no hay vida verdadera sin literatura; otros nos

contradicen: hay que vivir y no hacer literatura; la realidad es lo que

cuenta, no lo que inventa la ficción; ficciones sobran, nos faltan

trabajos útiles, etc, etc, etc.

Bueno, pues depende. ¿En qué estamos pensando: en alimentar y

vestir el cuerpo o en recrear y revestir de belleza el espíritu? Porque

ahí reside el quid de la cuestión.

La literatura no es verdura de las eras ni hojas de papel que lleva

el viento de la historia. Mirad cómo perduran la Ilíada de Homero,

las tragedias griegas de Esquilo, Sófocles y Eurípides, las comedias

de Aristófanes, las fábulas de Esopo y mi tocayo Lucio Apuleyo y

las de Lafontaine y Harzenbuch y Samaniego; o los Discursos y

sermones de Bossuet o Fray Luis de Granada.

Pasó el punzón cuneiforme sobre el granito, pasó la tabla de arcilla,

pasó el papiro egipcio, pasó la tableta romana (ahora tablet), pasará

el papel arbóreo, caduco también, pero las ideas y los sentimientos

se aposentarán en soportes nuevos ya en uso, y la Biblioteca de

Alejandría cabrá en un disquete o pendrail USB. Parece que hasta

volvemos a los grafemas o ideogramas en los móviles, recortando

las letras del alfabeto. El caso es entendernos.

Literatura o vida. Crecer o morir. Dormir y además soñar, y estando

continuamente despiertos a la novedad. El mundo es nuevo cada

día y debemos redondearlo como lo redondea el sol, capitán

redondo lorquiano de espadas de rayos flamígeros.

“Luz, más luz”, dijo Goethe al morir, y pidió que le abrieran las

ventanas de la habitación, porque no había terminado de leer todo

lo que quería ni de escribir todo lo que le quedaba en el alma. El

alma es el último suspiro volátil, pero yo creo en la transmigración

de las almas: eternas, eternas, eternas.

El autor de los “Los Heteredoxos, don Marcelino Menéndez y

Pelayo, dio mil vueltas a Santander antes de bajarse del autobús

porque iba leyendo, y cuando su madre le dijo un mediodía “deja de

ler, que hay que comer”, puso una sardina asada entre las páginas

para saber por donde debía continuar después del postre.

Yo nunca acerté a vivir como la pazguata mayoría, sino como la

inmensa minoría juanrramoniana: “Espacio” y “Animal de fondo”.

¿Los recordáis? ¿Sabéis que este panteísta y andaluz universal

poetizó la Anunción del Ángel a María en “Trasunto de cristal, bello

esmalte de ataujía? La religión, las religiones están en la entraña

de la humanidad…¡Y son religiones del libro, de los libros: Cristo,

Buda, Mahoma, Confucio…!Y hasta en la religión del proletariado

de Marx, causa de revoluciones…, pero ese es otro cuento, que no

me gusta. Lo escrito, escrito está, ínsito en el espíritu de los pueblos

de la tierra. Por los libros, por la literatura religiosa, ascienden como

mártires a los cielos. Porque hay vida después de la vida, gracias a

la literatura, en sánscrito o en geroglíficos faraónicos.

Literatura o vida. Literatura y vida. ¿Quién dijo que no? Vivir, por

otra parte, ¿no representa la huella del hombre en la tierra, en

lenguaje plástico? ¿Y qué huella más perdurable que Altamira,

signo símbolo escrito en piedra, o los inescrutables Documentos

bíblicos del Mar Muerto o los cuarenta mil versos de Gilghamesh,

la epopeya mesopotámica sumerio-acadia, o los dos mil o tres mil

del Poema de Mio Cid, la Divina Comedia, la Odisea, la Eneida y

el Libro del Buen Amor? Etc, etc, etc. ¿Dónde está la vida y dónde

acaba la literatura que la recoge, envuelve y desmesura?

¿Vive más quien más anda y prueba, gusta y conoce, o quien se

enfonda en la bodega alambicada de su cerebro y goza del paraíso

que son las bibliotecas para Jorge Luis Borges, y luego escribe,

escribe y escribe sentado como el escriba del arte antiguo?

Afuera: sombras, nubes, vientos, ceniza, polvo, nada (¡Oh

Quevedo, oh Góngora, oh Pepe Hierro!...) Adentro: la luminaria

o lucernaria de la bodega interior, donde se encuentran los vinos

más deliciosos de “Los salmos de David”, “o “Los proverbios, El

Eclesiastés y El cantar de los cantares” del rey Salomón, el amante

de la reina de Saba. ¡Ah, la Biblia, el libro de los libros: la literatura

en perlas de seducción universal!

Estoy convocándoos al debate, a la divergencia de opiniones, a

la disolución de la uniformidad. Esta es mi manera de ofertaros

comunicación sobre el tema del V Encuentro Internacional “Silos

2014: La magia de la Literatura: creación, transformación y

prestigio”.

Podría seguir divagando, pero no quiero cansaros. Escritura

somos sobre la faz de la tierra. Ella, la palabra, es la que mueve y

conmueve a la humanidad, la que no diferencia de los animales y

nos sobrepone a ellos

No se me ocurre pedir peras al olmo: hay en mayoría ágrafos y

analfabetos. Quizá sobran escribidores y bardos como nosotros,

pero está claro que la literatura ilumina la vida de los mortales, sea

oída, leída o manuscrita. En color carmesí, o en rojo, verde y azul

como Ramón Gómez de la Serna. Da igual.

Y luego se añade la infinitud de faces y fases del gremio plumífero.

Cada cual es distinto que su semejante. Y más vidas vive quien

más personajes crea, porque como autor omnisciente, se derrama

en cada uno de ellos. No dejéis de leer “La verdad de las mentiras”,

el genial ensayo literario de Mario Vargas Llosa. Alucina.

Cada mañana me sumerjo ante un café y una ginebra con hielo

y limón en el bar de los jubilados de Guadalix, y los senecos

pueblerinos me regalan sus sabias experiencias vividas. Saben que

escribo y publico y que así su memoria fenaciente renacerá algún

día –folclore, bailes, música, costumbres, elementos agrícolas…-

Verba volent, scripta manent.

¿Literatura o vida? Termino: literatura y vida indisolubles. La vida

es teatro, máscara, coturno, carnaval, pasión sacramental, gloria de

resurrección, cielo azul y tierra gris, aire, agua y fuego, realidad e

invención. Y es música y pintura y escultura. Bellas Artes.Hasta los

fantasmas existen, porque los hemos creado en nuestra fantasía.

Grandes vividores: Lope Zorrilla, Pietro Aretino, Dante, el Arcipreste

de Hita… Grandes vividores y grandísimos literatos, empujados

por no saber ser ni hacer otra cosa que literatura. Para vivir más y

mejor.

¡Quien supiera escribir, señor cura (Ramón de Campoamor)

Adelanté que no adornaría esta plática volcánica con laureles

de citas gloriosas, pero glosarlas me ha sido necesario. Me he

contradicho. Contradictorio soy y seré: ¿Quién que es no lo es?

Nuevamente me viene a las mientes el monstruo de la naturaleza:

“¿Cómo componer? Leyendo

Y lo que leo imitando

Y lo que imito escribiendo

Y lo que escribo borrando

Y lo borrado escogiendo”.

Y otra vez el indio nicaragüense Rubén Darío:

“El libro es fuerza, es valor,

Es poder, es alimento,

Antorcha del pensamiento

Y manantial del amor”.

“En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita

para nosotros” (Alberto Manguel)

“Lee y conducirás”. No leas y serás conducido” (Santa Teresa, la

doctora mística)

San Juan de la Cruz: “Adónde te escondiste…”

A un lector anónimo, quizá un niño, se le llenaron los ojos de

lágrimas mientras leía.

-¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira?, le preguntó el

papá.

-Lo sé, pero lo que yo siento es de verdad.

Pues eso. Que escribir es vivir. Felices de vosotros.

(Ponencia pronunciada en el Seminario Silos 2014, organizado por Basilio Rodríguez Cañada, de Editorial Sial/Pigmalión. 11 al 13 de abril soleados).

 91 847 02 25

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