miércoles, 30 de octubre de 2013

El romántico José Espronceda, en su destierro cuellarano



Me he releído veinte veces “Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar”, la novela histórica del Príncipe de los Románticos  José Espronceda, y aquí van algunas notas sobre la estancia del autor en la Villa y su descripción de la Tierra de Pinares.

Sirvan estas primicias para poner al examinando en el altar honorífico que se merece, por su pluma fácil y fructífera, apasionada y documentada, superior a la de Larra en el “Doncel doliente” . Espronceda fijó el paisaje y el paisanaje castellanos  de la Tierra de Pinares, enmarcando en ellos las aventuras de un personaje singular, Sancho Saldaña, y las de una caterva de desalmados que las poblaban en los albores del siglo XIII. Documentación de los Cronistas del Reino no le faltó a este “señorito chisgarabís”, aunque no sabríamos diferenciar ahora la ficción de la realidad.
Según sus biógrafos, Espronceda era de mirada franca, risa pronta, frente espaciosa, orejas pequeñas, cuello vigoroso, manos finas, perilla rizada y carácter franco, vehemente y anárquico.
Pasó en Cuéllar el verano de 1833, cuando apenas cumplía 21 años, tras haberse formado en la Academia de Alberto Lista  y haber creado la sociedad masónica “Los Numantinos” en Madrid, donde hizo uno de sus mejores  amigos, el Corregidor Miguel Ortiz y Amor, original de Cuéllar, que le recogió en “una de las mejores casas de la villa”.
Parece que aquello fue más retiro y descanso que castigo real de destierro por haber declamado unas décimas comprometidas al término de una cena medio-secreta en Madrid. El caso es que la estancia –de prisión, nada- debió de prolongarse unos meses más, bien abastecido de libros y de paseos por el entorno, los que le proporcionaron sustancia y encaje para crear las aventuras de “Sancho Saldaña”
Abre la novela esta dedicatoria: “A mi madre”,  y se extiende a lo largo de setecientas páginas, encorsetadas en seis tomos que se dividen y compartimentan en 48 capítulos de amena pero premiosa lectura.
En “Sancho Saldaña”, a la vez que un lenguaje exaltado y poético, emplea Espronceda una estructura narrativa prosímetral, es decir, mezcla la prosa y el verso en numerosos capítulos, todos los cuales los encabeza con citas del Romancero, de Jorge Manrique y de  Lope, Quevedo, Cervantes, Valbuena, Herrera, Ercilla, Rojas, Calderón, Cienfuegos, Jovellanos, Bretón de los Herreros, Antonio Ros, Ventura de la Vega y otros treinta más. Sigue asimismo el estilo de las crónicas medievales, a las que se atiene con rigor, siguiendo los cursos del Cega y el Pirón.
Que Espronceda se había pateado la zona o que la había recorrido a caballo, lo más usual en su época, queda claro por sus minuciosas descripciones de costumbres, paisajes, fauna y flora, como si fueran apuntes coloristas del natural.
Judíos, moros y cristianos, asediándose con una crueldad monstruosa, aparecen a lo largo de la trama, entretejida sin desmayo lírico.
¿Qué hizo José Espronceda en Cuéllar, aparte de leer furiosamente para documentarse y redactar “Sancho Saldaña”?
Sus biógrafos no nos dan noticia alguna, pero hay que suponer que hablaría mucho con sus gentes, que compondría más poemas de los que aparecen en el relato, que realizaría algunas escapadas a Madrid para actuar en el Congreso como Diputado y que no pararía de conspirar, pues lo llevaba en los genes:”Mi independencia es mi vida. No reconozco otra aristocracia que la de la inteligencia y el mérito. Palpé la realidad y odié la vida” Con expresiones suyas tales, no podía exigírsele otra cosa que “el libre vuelo del libre pensamiento”, según el endecasílabo de su maestro Alberto Lista.
Según la concejala delegada de Cultura del Ayuntamiento, Maricarmen Gómez Sacristán, no queda nada reflejado en los Anales de la Villa. Pero parece que su amigo el Corregidor le trató en su casa a cuerpo de rey durante el verano de 1833, en el que sabemos que le dedicó una poesía amorosa a su paisana de Almendralejo, la poetisa y novelista Carolina Coronado, que sólo contaba con trece años, pero ya despuntaba por su belleza y su arte.
He aquí algunos de los encendidos endecasílabos, en los que le cantó su amor:
Dicen que tienes 13 primaveras
Y eres portento de hermosura ya
Y que en tus grandes ojos reverberas
La lumbre de los astros inmortal.
Juro a tus plantas que insensato he sido
De placer en placer corriendo en pos,
Cuando en el mismo valle hemos nacido,
Niña gentil, para adorarnos, dos.
Torrentes brota de armonía el alma;
Huyamos a los bosques a cantar.
Dénos la sombra tu inocente palma
y reposo tu virgen soledad.
(¿No serían esos bosques los pinares?)
Y termina así:
Mas ¡ay! Perdona, virginal capullo,
Cierra tu cáliz a mi loco amor.
Que nacimos de un aura al mismo arrullo,
Para ser, yo el insecto, tú la flor.
Espronceda no tenía más lema que Libertad, Amor y Belleza, el propio de los ensimismados románticos. Era un carácter de un arrojo increíble, que solía caer en grandes abatimientos amorosos, cuando “el sentimiento le vencía el pensamiento”. De ahí que algún crítico le señalara como “señorito calavera” o Segundo “Don Juan”.

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