lunes, 24 de septiembre de 2012

VAMOS A QUEDAR DE OTOÑO HASTA EL MOÑO



Parecía que nunca iba a llegar y ya está entre nosotros, de acuerdo con el reloj tetradimensional  de la naturaleza. Caliente ha empezado y más "caliente" que se va a poner. Los ciudadanos sensatos y pacíficos vamos a quedar hasta el moño de este otoño que se anuncia revoltoso.

A lo mejor luego todas las bravatas de los sindicatos se disuelven en agua de borrajas, porque la sociedad española no está para tirar cócteles molotov ni engrudar o siliconar las cerraduras de las fábricas, los colegios, los hospitales y las oficinas.

Ante el mundo no nos queda otra opción que aceptar con paciencia e inteligencia y mesura los recortes crecientes.

O nos ponemos a trabajar o los ERES, esos fantasmas dañinos, nos atraparán todavía más. Las falsas y falaces alegrías de las manifestaciones callejeras, con pitos, pegatinas y banderas (republicanas), no son la salida más oportuna sino simplemente "oportunista" para que los políticos y sindicalistas opositores pesquen puesto y pasta en nombre y a costa de sus incautos palmeros seguidores. ¡Lo hemos padecido tantas veces! Pero nos cuesta escarmentar.

Y que se dejen de camisetas (negras, verdes, amarillas, blancas, rojas...) porque el frío atmosférico está al caer.
Y otros fríos que nos dejarán helados. El dinero no brota por arte de magia ni por las malas artes de las provocaciones.

Las huelgas no benefician al país. Y las secesionistas ambiciones de los nacionalistas, menos. ¿Es que juzgan tonta a la mayoría silenciosa? Parece que Artur Más se ha dado con la puerta constitucional del Estado en las narices. A ver si así se le abre una luz de sentido común en la cabeza y demuestra su seny catalán. Porque un hombre no es un pueblo, por más iluminado que se crea. El pueblo lo somos todos, también los que callan. Que el poder enturbia la cabeza de los "enanos", ya lo advertimos con el Plan Ibarreche. Por cierto ¿qué fue de aquel vasco que se imaginaba ser el Moisés salvador de los verdes caseríos? Siguen verdes, por fortuna. Los caseríos, claro. Y sus despropósitos. Él es el que entró en el otoño de las canas y la decadencia: en el olvido.



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