viernes, 22 de junio de 2012

La cara de mi retrato


Para perpetua memoria
y a los sesenta cumplidos,
aquí dejo mi retrato
no pintado sino escrito.
Nunca una imagen valdrá
lo que vale un adjetivo;
las palabras dicen más
que los pinceles más finos,
y no hay marco para ellas
pues su campo es infinito,
y es la lengua quien me atrae
y en ella sola me fijo.
Mirando hacia atrás sin ira
me siento como un mendigo
que busca en el diccionario
vocablos reconocidos.
Mi infancia y mi juventud
transcurrieron al unísono
de las hojas del papel
vibrándome en los oídos.
El mundo no estaba fuera
sino dentro de mí mismo,
y daba vueltas y vueltas
a sus montes y a sus ríos
sin  cansarme y sin salirme
de las páginas de un libro.
Siempre los mantuve abiertos,
y en difícil equilibrio
sorbí sus sopas de letras 
para alimentar artículos
de más gloria que un laurel
en la testa de un patricio.
Si a alguien injurié, disculpe,
no quise sembrar heridos
en mi oficio de escribano
fácil, rápido y sencillo.
Que me editen me da igual,
bien sé dónde está mi sitio
por encima de desdenes,
de olvidos y de prejuicios.
Ni escribí a gusto de todos,
ni me rebajé tan ínfimo
que la adulación pudiera
malversar mi buen sentido.
Cada cual es cada cual
y respeté sus delirios,
fueran a favor de mí
o fueran contra sí mismos,
incólume me mantuve
frente a troyanos y tirios,
unos pasados de rosca,
otros pobres eruditos
a la violeta del tiempo
pero faltos de prestigio.
A mis soledades fui,
cada vez con más ahínco,
como don Lope de Vega,
del que me nombré discípulo
en una autobiografía
que sólo leen los niños,
esos pequeños filósofos
que Dios puso en mi camino,
pues para ellos dije todo
lo que debiera decirlos
como maestro de nada
sino aprendiz  primerizo.
Con una pluma en la mano
no ansié otros beneficios
que los de ellos aumentados
y los míos repartidos.
Fue ventura para mí
deshacerme como el  trigo
en harina candeal
de comunión como un cristo.
De los magnates huí
por no aceptar compromisos;
a la opinión de los otros
opuse mis propios juicios,
ni mejores ni peores,
pero en todo caso dignos
de que en cuenta se tuvieran
por lo que más tarde vimos:
la cultura por los suelos,
los valores al arbitrio
de los curas y los frailes,
los tontos y los políticos.
Y aquí estoy, erre que erre,
como la puerta en el quicio:
para abrir, si es necesario,
para cerrar, si es preciso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario