Siempre recurro y regreso a los clásicos, esta vez a un sevillano de grana y oro, cantor del amor: Fernando de Herrera.
¿Qué tendrán ellos, los clásicos de todas las épocas, que al releerlos me descubren nuevos mundos de bellezas líricas y sentimentales? La demostración de los sentimientos está hoy en desuso, o no se posee o no se exterioriza, y la lira tampoco se afina con el primor virtuoso de Fray Luis de León o Garcilaso. Yo creo que es, en gran parte, porque hasta la técnica literaria se desconoce.
Resumiendo, que me he sumergido durante una semana de pasión y fervor en los sonetos, canciones, églogas, elegías, estancias y redondillas del manierista Fernando de Herrera, llamado el Divino por sus contemporáneos (siglo XVI) y he compuesto la siguiente parodia de inspiración neoplatónica:
Amor en mí, lector, todo es ceniza,
nada me queda del ardor primero
jovial, entusiasmado, lisonjero:
la vida es una flecha caediza.
Pronto supe que el beso se desliza
desde el rosado monte prisionero
de Venus al hondón y sumidero
de lo que fue, y es sombra, polvo y prisa.
Como el Divino Herrera cantó amores
carnales, jubilosos y vibrantes,
canto yo sus excesos delirantes
y sus errores, fuente de dolores.
¡Nunca volverá a ser lo que fue antes!
Que lo entiendan a tiempo los amantes.
(Juzguen ustedes, y coméntenmelo, por favor)
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