martes, 6 de marzo de 2012

El periodista que se desvivía por vivir más y para los demás

Me cuesta desesperezarme por las mañanas. Parece que me levanto más cansado que cuando me acuesto a altas horas de la noche, sin dejar de trabajar.

Es el primer café el que en realidad me aligera y me pone a tono. Luego me alerta un poco más la pantalla del ordenador con su brillo liso blanco y sus noticias crepitantes. Sin noticias no acierto a mantenerme despierto. Las primeras son las que me motivan e inspiran de verdad; después se repiten y van perdiendo fulgor y potencia, quizá como yo mismo, a lo largo de la jornada laboral.

Desde el baño, y a veces antes de pisar el baño, me lanzo a los periódicos digitales, blogs y webs que publican algo mío, y recibo una sensación creciente de estar vivo, de autorrealizarme, de ser útil para los demás. Me ocurre lo que me ocurría cuando era un periodista principiante, y es que sigo creyendo en la virtud sanadora de la comunicación; por eso pongo en ella, negro sobre blanco,  mi escaso talento, a través de ondas y papeles. Lo que no se imprime no perdura ni modifica las costumbres, flatus vocis; demasiadas palabras se las lleva el viento insolvente.

Ya lo veis. No hay profesión más sacrificada y esclava que ésta, la de contar la existencia; exige una dedicación continua y completa en cualesquiera de sus modalidades, sea la del reportero aguerrido, sea la del articulista casero y bebedor.

La gente despreocupada nos ve a los periodistas plumilindos y gráficos como seres viajeros y libres, pero se equivoca de medio a medio, pasamos la mayor parte del tiempo amarrados al duro banco de la información que no cesa. Los hechos noticiosos saltan (y nos asaltan) con premura como peces huidizos donde menos se espera, y hay que estar allí, en ellos y con ellos, sin más armas que los ojos y las manos, para transmitirlos en directo, al ancho y lejano pero nunca ajeno mundo. La vida (y la muerte) nos sorprenden constantemente, nos llegan emparejadas y hemos de narrarlas con la adrenalina precisa; es normal que muchos colegas padezcan de los nervios por querer ser los primeros de la fila. La medicina tampoco se retarda. Recordad que los galenos antiguos se asimilaban a los pontífices y habitaban en los templos de Esculapio o Mercurio, los dioses que llevaban alas en los pies.

De manera que vivo, vivimos, sin vivir en nosotros, desvividos por los demás, como Santa Teresa o como aquella Ariadna del Laberinto de Creta que se atrevió a enfrentarse y burlarse del minotauro para salir indemne, pero con qué peligro: el peligro que acecha al periodista, puntual como su pan –¡ázimo, ay!- de cada día, frente a frente con la noticia. Ya os la he dado.

El periodismo es un sacerdocio que admite y asume todas las confesiones de una y otra parte, para que al fin sea el lector el que muestre su acuerdo o desacuerdo; pero los hechos son tozudos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario